Historia del tullido
...
Me contaste un día lo de aquel, el tullido, el cojo, el humillado,
y que odiaban los del pueblo, ya que vivía como un parásito,
abandonado, llegado una noche de no se sabe donde.
Le gritaban:
"Eres la escoria de nuestro bonito pueblo. Eres un hongo sobre nuestra
raiz."
Pero, al cruzarte con él, le decías:
"Tu, el tullido ¿no tienes padre?"
Y no contestaba.
O también, ya que no tenía más amigos que los animales
y los árboles:
"¿Por qué no juegas con los chicos de tu edad?"
Y se encojía de hombros sin contestarte. Ya que los de su edad le
tiraban piedras, pués cojeaba y venía de lejos, de donde
todo esta mal.
Si se acercaba para jugar, los chicos guapos, los mas fornidos se plantaban
delante de él:
"¡Andas como un cangrejo y tu pueblo te vomitó! ¡afeas
el nuestro! ¡era un pueblo bonito, que andaba recto!"
Entonces lo veías simplemente dar media vuelta y alejarse, arrastrando
la pierna.
Y le decías, si te cuzabas con él:
"Tu, el tullido ¿no tienes madre?"
Pero él no te contestaba. Te miraba, furtivamente, y se sonrojaba.
Pero, como te lo imaginabas de un natural amargo y triste, no entendías
su dolor sereno. Así era él. Tal cual, y no de otra forma.
Llegó la tarde en la que los del pueblo quisieron echarlo a palos:
"Esta semilla de cojera, que vaya a sembrarse a otra parte!"
Le dijiste entonces, habiéndole protegido:
"Tu, el tullido ¿no tienes hermano?"
Entonces se iluminó su cara, y te miró fijamente a los ojos:
"¡Si! ¡Tengo un hermano!"
Y, enchido de orgullo, te contó a su hermano, este hermano y no
otro.
Capitán en alguna parte del imperio. Y cuyo caballo era de tal color
y no otro, y sobre cuya crupa le montó, a él el tullido,
a él el cojo, un día de gloria. Tal día y no otro.
Y, algún día, reaparecería aquel hermano mayor. Y
este hermano mayor le volvería a montar sobre la crupa, a él
el tullido, a él el cojo, delante de todo el pueblo.
"Pero esta vez, te decía el niño, le pediré que
me ponga delante, sobre el cuello, y él accedera gustoso! Y seré
yo el que mire. Y seré yo el que guíe: a la izquierda, a
la derecha, más rápido!... ¿Por qué me lo negaría
mi hermano? Es feliz cuando me ve reir. Entonces, seremos dos!"
Así pués, él es algo más que un objeto cojo
afeado por pecas. El es de otra esencia que la de sí mismo y de
su fealdad. El es de un hermano. Y se ha paseado sobre la crupa de un caballo
de guerra, un día de gloria!
Y llega el alba del regreso. Y te encuentras
al niño sentado sobre la tapia, las piernas sueltas. Y los demás
le tiran piedras:
"Eh! Tu que no sabes correr, bizco de piernas!"
Pero te mira y te sonríe. Estas ligado a él por un pacto.
Eres el testigo de la ceguera de estos que no ven en el más que
a un tullido, a un cojo, cuando existe un hermano con un caballo de guerra.
Y el hermano hoy le lavará sus escupitajos y le servirá de
empalisada, con su gloria, contra las piedras. Y él, el cañijo,
será purificado por el fuerte viento de un caballo al galope. Y
ya no se notará su fealdad, ya que su hermano es hermoso. Su humillación
sera lavada, ya que su hermano es de júbilo y de gloria. Y él,
el tullido, se calentará en sus rayos.
Y entonces los otros, habiéndole reconocido, le invitarán
a todos sus juegos:
"Tu que eres de tu hermano, ven a correr con nosotros...eres hermoso
en tu hermano".
Y rogará a su hermano para que los monte, uno trás otro,
sobre el cuello de su caballo de guerra para que estén, a su vez,
saciados de viento. No podría tenerles rencor a estos infelices
por su ignorancia. Les querrá y les dirá:
"Cada vez que vuelva mi hermano, os reuniré y él os
contará sus batallas."
Por esto se arrima a tí, porque sabes. Y en tí ya no es diforme,
pues ves a su hermano mayor a través de él.
Pero tu venías para decirle que se olvide
de que hay un paraiso y una redención y un sol. Venías a
privarle de la armadura que lo hacía valiente frente a las pedradas.
Venías a hundirle en su lodo. Venías para decirle:
"Mi pequeño de hombre, busca otra forma de existir, ya que
no hay que esperar ningún paseo en la crupa de ningún caballo
de guerra."
Y ¿cómo le anunciarías que su hermano fué expulsado
del ejercito, que vuelve al pueblo avergonzado, y que cojea tanto, por
el camino, que la gente le tira piedras?
Y si ahora me dices:
"Yo mismo lo desenterré, muerto, del lodazal donde se ahogó,
ya que no podía seguir viviendo, falto de sol..."
Entonces, lloraré sobre la miseria de los hombres. Y por la gracia
de tal cara de tullido, y no de otra, de tal caballo de guerra, y no de
otro, de tal paseo en crupa un día de gloria, y no de otro, de tal
verguenza a la entrada de un pueblo, y no de otra, de tal lago por fín
del que me describiste los patos y la pobre colada que secaba a sus orillas,
hé aquí que encuentro a Dios, tal es mi piedad hacia los
hombres, pués me has guiado sobre el verdadero sendero al hablarme
de aquel niño, y no de otro.